Cuando murió mi padre, tuve la suerte de poder acompañarle en sus últimas horas de vida. Llegué un viernes por la tarde al hospital, y aún estando él lúcido, nos dimos la mano cariñosamente, quizás fue la primera vez en la vida que hacíamos este gesto tan humano..., y la última, desgraciadamente. Era domingo tarde, y su estado físico fue empeorando progresivamente. Entonces decidí quedarme a pasar la noche en el hospital, pues temía un inminente desenlace fatal. El resto de la familia había regresado a su habitat ,para seguir el curso de la vida, cada quién con sus obligaciones familiares y laborales , cada quién con su propio vía crucis , y yo también con el mío; por entonces me encontraba en situación desesperada, sin trabajo, y sin dinero, como de costumbre.
Al inicio de la noche, un sacerdote , católico, se paseaba por las distintas estancias visitando a los enfermos. Sin ser yo muy cristiano , le pedí que entrara en la habitación pués pensé que en aquel estado casi agónico de mi padre, se sentiría reconfortado con la bendición de una mano de dios.Tras conminarme la enfermera de guardia a abandonar la habitación para el transcurso de la noche, me aposenté en la “sala de visitas “, recostado sobre un sofá , en el que me dispuse a dormir. La tarde había sido muy difícil, llena de angustia por el deterioro de la salud de mi padre, con el reclamo contínuo de atención a las enfermeras y al doctor de guardia sin obtener el más mínimo resultado. Debí entrar en un profundo sueño . No fui capaz de despertar ... Escuché unos extremecedores alaridos; a pesar de la considerable distancia que me separaba de él , y de encontrarme en profundo estado de sueño, en el silencio de la noche , pude distinguir su tono y su naturaleza . Mi padre se estaba muriendo. Y yo no me desperté...
La enfermera presurosa me despierta: corre , ven , que ha muerto tu padre!
Despierto en un instante, sin embargo , algo raro ocurre pues me cuesta mucho incorporarme , ya que un brazo no me responde. Mi brazo izquierdo se me ha dormido y tarda mucho en reaccionar, esto me causa una extrañísima sensación.
Al llegar al lecho de muerte, ante la visión del cuerpo yacente me quedo paralizado , y horrorizado. Más aún por obserbar los artilugios de reanimación aún colocados sobre su pecho. Qué espanto.Aparentemente , las emociones se quedaron contenidas, mi frialdad se impuso.Hago el viaje hasta el pueblo con mi hermano A, guardando un profundo silencio. Al bajar del coche, y poner pié en tierra, mi santa tierra , me fundo en un abrazo con mi madre e inmediatamente rompo en desconsolado llanto, a lágrima viva. Mi otro hermano M también se une a la explosión de emociones. Mi estado es de desesperación: ¡ Miraz lo que os traigo!, ¡Miraz lo que os traigo! exclamé. Como si mi pesadumbre se debiera a sentirme culpable o por no haber sido capaz de evitar su muerte. Era una mañana gélida de principios de marzo. Una de esas mañanas frías de Castilla. Las ruedas del carrito mortuorio chirriaban rompiendo el terrible silencio. La entrada del féretro en la casa inundó el ambiente de un hálito de “severidad”, el frío se acrecentó hasta casi paralizar la vida.
Transcurridos varios meses después de la defunción, durante los cuáles me recluí en el seno familiar, tras algunos reveses profesionales y económicos, retomé la “culpabilización del padre”. El odio se fue acrecentando, hasta tal punto que mi mente diseñó una válvula de escape, un sueño: Sosteniendo yo en mis brazos a una figuración de mi padre yacente , él, dirigiéndome una mirada suplicante..., me pidió perdón. Este sueño me produjo una cierta conmoción y me indujo a recapacitar sobre mis sentimientos hacia él.
Una de mis terapéutas recientes decía que es necesario usar permanentemente la “goma de borrar” en la vida; es conveniente perdonar y olvidar para sobrevivir. Esta teoría coincide en el fondo con el precepto religioso del “perdonar al prójimo”. Hace algún timpo comencé a valorar positivamente algunas teorías religiosas, después de muchos años de descreimiento y agnosticismo; pienso que “una tradición filosófica y humanística” que recoge en sí misma el “pensamiento humano” de miles de años debe de comportar algún ápice de “sabiduría”, aunque quizás también, como obra humana que es, puede recoger “graves errores” .Y esto, pienso , referido a todas las religiones antiguas.
Me encontraba yo en una de mis crisis existenciales más profundas, cuando adopté una terápia “psicoanalítica”. Por cierto, no pude soportar mi postración sobre el diván. Durante unos días de descanso, en los que la producción onírica fue muy abundante, y tras la lectura de un libro de Rosa Montero (“Temblor”), me busqué una válvula de escape, un sueño: Acudía yo, junto con mi padre y un hermano , a un templo , ambientado en la antigüedad tibetana (copiado de las descripciones de Rosa Montero), ascendindo por una larga escalera, con una cierta extrechez, hasta penetrar en una estancia en la que se vislumbraba al fondo una imagen “divina”, que parecía femenina . Permaneciéndo inmóvil , observo como esta figura devora una criatura por una abertura en su vientre. (Tomo la imagen del cuadro de Goya “Saturno devorando a sus hijos” que había visto recientemente). Este sueño me causó honda impresión, no resultándome fácil su interpretación. Ya sabemos como son los psicólogos: no dijo ni “mú”.
Era yo aún muy niño, quizás 3 o 4 años de edad. El nido familiar se me convirtió en un nido de vívoras. Me cuesta mucho reconocer ésto, me cuesta acusar a personas familiares, la amnesia me hizo olvidarlo durante muchos años, hasta que tras mi primera fase de terapia, y tras la adquisición de cultura psicológica, meditando , meditando, encontré algunos restos de memoria que fueron surgiendo hasta aparecer como borbotones: qué rabia, qué desfachatez, cómo pudo ocurrir todo aquello,! Qué mierda tenía mi padre en la cabeza para ser tan "ligero" en su comportamiento? ¿Por qué tuvo que hacer aquel gesto de aproximación física? Sólo fue un instante, pero mi reacción fue radical, evitar tal contacto ante una actitud “molesta”, quizás no era ni “soez”. Aparentemente no le di mucha importancia, pero tengo la impresión de que se perdió la “confianza “ hacia el padre. ¿A los 4 años? En una segunda, o tercera , etapa de terapia, se me hizo un test de personalidad . Uno de los factores resultantes me resultó sorprendente: “débil ideal paterno”.
Durante las sesiones terapéuticas, la figura del padre era inexistente; casi todo el discurso se centraba en la madre: una madre severa, rigurosa, dominante, etc. Y sin embargo el padre no aparecía, no tuve una idea clara formada sobre él, si acaso se aparecía una imagen amable y bondadosa. No creo que él fuera un abusador, ni mucho menos pederasta, sí creo en una forma de ser un poco ligera: a veces le gustaba flirtear con las “niñas adolescentes”, tenía algunos gestos “impropios”,...Pareciera como si no me sintiera muy orgulloso de mi padre. O quizás incluso sentiría algo de desprecio. El era un padre de familia como la copa de un pino: procreó y alimento a 6 hijos. Dió estudios a alguno de ellos. Trabajaba más que de sol a sol. Tenía una gran cantidad de habilidades aprendidas en su juventud. Escribía y redactaba bién. Tenía cierto lustre cultural y una excelnte memoria. Aunque no fué capaz de renovarse y evolucionar. Me ha costado creer que aquél desliz me hubiera afectado, pero quizás, aquél, fué un simple episodio más, un pequeño acontecimiento de una relación paterno-filial algo “difusa” : cuando le llevaba el boletín de las notas escolares, unas notazas, para su firma , no recuerdo recibir de él mucho calor o alegría; él estaba chocho con su hijo “el mayor”, sus apreciaciones y valoraciones las sentía siempre con respecto a “el mayor”, En este sentido, la actitud de ámbos padres hacia todos los hijos menores fue muy zafia, de un nefasto agravio y desprecio respecto del “mayor” .
¿Y el hermano M? Cuatro años mayor que yo. ¿Qué locura rige en su cabeza para llevarme forzado a la cuna y querer violarme? ¿Dónde pudo aprender eso? ¿Qué placer esperaba obtener de mí? No lo puedo comprender, por más vueltas que le doy. Su actitud hacia mí era de “maldad”: amenazas, burlas,...En la adolescencia me tocó trabajar mucho con él, siempre él en posición dominante. Siempre le he sentido como un ser envidioso, miserable, y despreciable, falto de ética y moral, acomplejado, zafio y lerdo. Nunca he podido hacer conversación con él. Aún hoy, cuando él se ha convertido en padre de familia respetable, no soy capaz de mirarle a los ojos. Él fue el culpable e inductor de que toda la cuadrilla de mozalbetes del pueblo me sorprendiera haciendo juegos sexuales con una chica de mi edad, hecho que luego utilizó como objeto de chantaje para dominarme. La consecuencia fue que desde entonces rechacé toda relación con mujeres. Cubrí esta negativa voluntad con la apariencia de cándida timidez. Llegada la adolescencia y madurez, se convirtió en un verdadero handicap para el desarrollo de mi personalidad y para mi salud. Quizás, “el infausto suceso de la cuna” también contribuyó a desarrollar una distorsión de mi apreciación hacia los hombres, pues mis relaciones amistosas, laborales, profesionales, etc, han sido asímismo muy complicadas. Terrible ansiedad, ataques de pánico, inquietud, y nerviosismo permanente. Mi primer terapéuta decía: “tú no estas tranquilo ni en tu casa...”
Cuesta admitir que un hermano te haya perjudicado tanto, pero si lo comparo con otros,...Mi hermano A. se metía en la cama conmigo, por aquel entonces, ¡y me leía cuentos!! Cuán ingrato he sido con él a posteriori! O JM que no perdía ocasión para darme un beso cariñoso.
Yo era el “campeón en verbos”, y en bichos. Con qué suma facilidad aprendíamos la lengua, la gramática, las ciencias naturales, las matemáticas, todo... Pero aquel “ángel” se fue apagando. Hasta llegar a ésto en lo que nos hemos convertido: un “zombi”.
La característica fundamental de mi personalidad es la “Retracción” y “Soledad”.
Tímido, con complejos, me decía mi madre en aquellos años de la infancia.
En la adolescencia aprendí que soy introvertido, y leptosomático (Kretschmer).
Fui aplicándome otras calificaciones psicológicas: inseguridad, minusvaloración, falta de confianza, desconfianza en los demás, baja autoestima. Mi primer terapéuta hablaba mucho de “ansiedad”. También se fueron incorporando a mi personalidad los vocablos: miedo y ataque de pánico. La neurosis ¿quizás también he sido neurótico? Nunca nadie me lo aclaró. Tras un nuevo enfoque, años después, descubrí que soy: Esquizoide, y Maníaco Depresivo, además de sufrir un Trastorno Afectivo de la Personalidad.
Tras multitud de libros de autoayuda ; Dyer, yoga; R. Calle, psicología; Freud, y otro sinfín de lecturas en las que me fui identificando con distintos traumas como el Edipo, llegó la nueva oleada de consideraciones “narcisistas”, y éstas relacionadas con el trauma “bordeline” de Kohut y Kernberg.
Y por último me dicen: “ensimismado” y con “complejo de inferioridad”. Abandoné el interés en mi profesión de ingeniería por la filosofía: Ortega, Fromm, Castilla del Pino, ...cualquier tema era interesante excepto mi profesión. Mi inseguridad era, y es tal , que se refleja en la forma de andar, en la forma de escribir dubitatiba, débil e insegura, en todo mi ser físico y anímico. La ¿neurosis? En su día me impedía la concentración para el estudio y el trabajo sosegado y profundo. Lo que me condujo a cosechar fracaso tras fracaso profesional. No fui capaz de asumir que aquél “campeón en verbos” de la infancia se había convertido en un “chorlito”. Casi desde el principio de “mi lucha” vi la importancia de los “abusos” sexuales en el origen de mis traumas. No conseguía establecer claramente una relación directa, pero sí,....
Me debatía en la duda. Se trata de un abuso “sexual” y de “poder”, tras el cual se distorsiona mi apreciación de “el ser humano”: dudo de las buenas intenciones del prójimo , y se distorsionan mis objetivos vitales y mis anhelos: solo deseo sexo y poder. Desde hace ya muchos años, no existe en mi vida otra motivación mayor que ésta: resolver mis traumas, buscar una vida feliz, perder el miedo a la gente, ser capaz de entablar relaciones sanas con las mujeres, y ser capaz de ganarme la vida honestamente. Mientras, ya en edad madura, y sin haber resuelto el caos mental, continuamos destruyendo nuestra vida en aventuras con prostitutas que nos apagan el fuego físico, pero que no nos sacian nuestra necesidad de afecto; y buscamos inconscientemente desarrollarnos en un ideal profesional y económico imposible (ideal copiado e inducido) que nos conduce permanentemente al fracaso más doloroso. Y siempre saboreando la “soledad”. El fondo traumático se mantiene, impidiéndo la búsqueda de relaciones, siempre prefiriendo la soledad.
Enjambre.